lunes, 4 de abril de 2011


El chato Nevárez

En el nombre de Dios, todopoderoso, yo, Miguel Aldaca, natural de la Corte de Madrid, digo que: yendo de Babonoyaba para el real de Santa Eulalia, en el punto de la Ciénega, todo el arroyo […] hallas enterradas diez cargas de barras de plata; encima los aparejos y a un lado los cadáveres de los peones que las enterraron […] Si Dios Nuestro Señor te da licencia, te encargo que hagas estas mandas…

Y así continúa el fabuloso derrotero que a su hija dejó uno de los compañeros de correrías del Chato Nevárez. En otro documento del mismo tenor, se lee:

Si el Señor te da licencia de ir a la casa del rancho último del Chato Nevárez, que está situada en el centro de la misma sierra de La Silla, que son tres piezas de piedra, se encuentra frente a la cocina, tres peroles con pesos y, en la sala frente a la cocina, otras tres y, por si fuera poco, en el cuarto de los aparejos hay ollas con tejas de oro y plata…

Y aún siguen describiendo, éste y otros derroteros, fantásticas riquezas que el Chato Nevárez dejó enterradas en los sitios más inverosímiles. Estos documentos prolijos en detalles suelen tener fechas posteriores a 1802 o a 1804, advirtiendo que quizá sólo se encuentren las tapias de las casas que mencionan pues “ya van para veinte años que el Chato goza de la santa gloria”.

En el de Aldaca, que transcribimos al principio, antes de finalizar advierte: “unidos a todos tus compañeros de Babonoyaba, repártelos –los tejos de plata- en partes iguales y sin ambición, para que Dios nuestro señor te ayude…” aclarando que se anexa un mapa –que ya no existe- de Severiano Coure.

En fin, que si las extraordinarias riquezas que ocultó el Chato, después de asaltar las conductas de arrieros que venían de Cusihuiriachic o de Santa Eulalia, se han perdido en la calenturienta imaginación de arrieros y rancheros, lo que aún se conserva vivo es el recuerdo de Jesús Nevárez, versión chihuahuense de Chucho el Roto, el bandido bueno que roba a los ricos para repartir a los pobres.

También es cierto que poca o ninguna atención le han prestado los historiadores al estudio de los bandidos, a excepción de que se les identifique con alguna facción política.

Curiosamente, ahora que se ha hecho lugar común el hablar del fin de las ideologías, podría valer la pena rescatar a estos personajes que sólo servían “al bien común”, por lo que incluimos al Chato Nevárez.

Nevárez, fue miembro de una antigua familia avecindada en los rumbos de Satevó; él personalmente era oriundo de Babonoyaba y, según “contaban los viejos”, muy mozo se metió en una gavilla a meroderar los caminos, siguiendo técnicas aprendidas de los apaches. La primera persecución que sufrió el Chato fue durante la comandancia de José Antonio Rengel, cuando se hizo extensiva la campaña de la apachería a los tarahumares infidentes, lo que incluía a la gavilla del Chato. Algunos terminaron en la horca de Chihuahua, pero los de Nevárez aún asaltaban con frecuencia las recuas durante el gobierno de Pedro de Nava en 1794.

Fue precisamente en ese año, durante la fiesta del Señor Santiago, patrono de Babonoyaba, el 24 de julio, cuando una mujer despechada, al darse cuenta de que Nevárez vivía con otra, a lomo de mula se trasladó a Satevó para denunciarlo ante las autoridades.

Era un espléndido amanecer de verano; el campo lucía verde y húmedo aún por el aguacero de la noche y el río de Santa Isabel reflejaba en sus meandros la blanca iglesia de Babonoyaba, que florecía en adornos de papeles de colores.

Sin previo aviso, los alguaciles cercaron el cuarto donde dormía el Chato. No tuvo escapatoria, diez arcabuces le apuntaban al pecho. Sonriendo, se acomodó el sombrero y le dijo al Cabo que dirigía el piquete: “No tengo escapatoria; pero sólo pido se me conceda la última súplica de un sentenciado a muerte, que consiste en cumplir un compromiso en este pueblo”.

El mismo gentío, que ya se había reunido compungido, informó al mílite del compromiso contraído por Nevárez, que consistiría en lidiar al toro más bravo que lanzaría al coto en esa tarde. Fama tuvo el Chato, y bien merecida, de ser magnífico jinete y mejor lidiador de reses bravas. Empeño su palabra el Chato de no huir y se esperó la hora del jolgorio. Al contrario de otras veces, en esa tarde la música calló, los tinglados sólo deseaban despedir con respeto a un hombre que realizaría su faena final.

Salió el tolo al redondel; en medio de la plaza Nevárez se quitó el sombrero y sonriente saludó a todos. Tomó la capa escarlata, pero en vez de ofrecérsela al bicho, la arrojó a las tribunas y, en un acto imprevisto, presentó el pecho a las astas del bruto, que lo levantó en vilo. Un grito sordo se ahogó en la multitud, mientras losborbones de sangre fluían de las heridas.

Así se despidió el Chato Nevárez de su pueblo, en una tarde de sol el día del Señor Santiago.

Nevárez murió, pero nació la leyenda y con ella mil derroteros de tesoros, que aún alimentan la esperanza de los pobres que viven en las resacas tierras de Babonoyaba. Dicen también que en noches de luna suele aparecerse en los cordones de la sierra de Los Frailes y en la de La Silla cabalgando en un caballo blanco como el de Santiago Matamoros. Dicen que, tiempo después, Francisco Villa recorría los mismos caminos y veredas.
Extraido de: Nueve leyendas de Chihuahua, Jesús Chávez Marín, Editorial UACH 2010.
Versión escrita: Zacarías Márquez Terrazas

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